En los años que preceden a la guerra civil española, dos autores lograron romper los moldes estilísticos en la escena, con textos que alcanzaron fama, presentes en los teatros del mundo. Los dramaturgos fueron García Lorca y Alejandro Casona. El granadino con textos donde lo poético se transforma en tragedia; y el asturiano, con “obras bien escritas”, cuya carpintería teatral, algo tan importante como olvidado, convierte al texto en un todo orgánico, como es la representación. Ambos, sin duda, estable-cieron las bases para el gran despegue del nuevo teatro español, contribuyendo a reavivar su valor social y cultural. Sin embargo, razones no literarias -la injustificable muerte de Federico y el obligado exilio de Alejandro-, abortaron la aventura, volviéndose a un panorama empobrecido por la censura franquista, con algunas excepciones, como la de Buero Vallejo, que abrió las puertas a dramas nuevos, pues mediante metáforas -contar en pasado lo que no se podía contar en presente- recuperó la vía de la protesta contra una sociedad anodina e indiferente.
Si el teatro lorquiano es de una lírica desgarradora que puede derivar en un espectáculo de sincretismo artístico como la ópera; el de Casona es, esencialmente, “teatro de texto”. Dos modelos no antagónicos, como algunos críticos quisieron mostrar, jugando a contrastarlos y oponerlos para defenestrar al de Casona cuando éste decide regresar a España.Con esa llegada desde Buenos Aires, a muchos se les destrozaba el referente de quien prefería morir lejos, trasterrado de su país, antes que mostrar su connivencia intelectual con la dictadura. Porque conocí al escritor y mantuve con él una amistad entrañable, puedo dar testimonio de que su rebeldía jamás se apagó. Creo que él nunca pensó que sentirse muerto antes de estarlo, era visado para alcanzar la gloria. A Casona le roía la nostalgia, la permanencia del recuerdo…Esta fue la clave de su llegada y con él, sus comedias. Con ellas, los escenarios españoles se llenaron de fantasía, evasión, humor y hasta un toque de sicología, tan de moda entonces. Era el teatro que, por un lado, tomaba el testigo de la tradición y, también, con la dramaturgia europea y norteamericana.
Los árboles mueren de pie”, es un claro ejemplo de lo escrito. Acierta ConMedia Farsa con esta puesta en escena, al haberla elegido, sobre todo por ser síntesis representativa de algo que el escritor mantuvo: el “truco” o “farsa”como instrumento para hacer llegar la felicidad a quien la desconoce. Le sucede al personaje de la Abuela que, como el jacarandá de su jardín, en su apariencia de árbol muerto, mantiene en el interior, todavía, savia firme. Todo lo cual nos lleva a la moraleja (el teatro de Casona rezuma pedagogía) pues, al integrarnos en la ceremonia de la representación, hemos de creer en su realidad, que, sin ser objetiva, por unos instantes nos hace soñar que podemos remodelar el mundo.
Manuel Abad
Universidad Internacional de Andalucía.